Lunes 19 de diciembre de 2011
Regresa el "efecto Orloff"
Fuente:
LA NACION
Autor:
Eduardo Levy Yeyati
En el Brasil de los a�os 80, una propaganda de vodka Orloff mostraba a una persona que, al prepararse para salir una noche de s�bado, ve�a en el espejo del ba�o a otro parecido a �l, pero arruinado por la resaca que lo miraba y sentenciaba: " Eu sou voc� amanh� ". La publicidad cerraba con un " Pense em voc� amanh�. Exija Orloff hoje " (el supuesto inverificable era, claro, que Orloff no dejaba resaca).
En Brasil se llam� "efecto Orloff" al car�cter pionero de la Argentina en los planes de estabilizaci�n de precios (variantes de las tablitas cambiarias) y a la sensaci�n ominosa que el fracaso argentino despertaba en el pa�s vecino. Cuando, emulando a la Argentina, Brasil implementaba su plan de precios y salarios unos meses m�s tarde, el plan argentino ya comenzaba a mostrar sus fisuras debajo del maquillaje. Brasil se miraba en el espejo argentino y pensaba: �se soy yo ma�ana.
El mundo ha cambiado desde entonces. La inflaci�n dej� de ser un problema end�mico en los a�os 90, con la desdolarizaci�n financiera de la d�cada siguiente el ancla cambiaria fue abandonada a favor de una intervenci�n cambiaria en la direcci�n contraria (priorizando un d�lar alto antes que un d�lar bajo) y hoy Brasil s�lo emula a la Argentina en su gesta sojera.
Pero, con la crisis mundial, el "efecto Orloff" ha regresado recargado. No entre la Argentina y Brasil, sino entre el mundo y Brasil (y la Argentina). O, mejor dicho, entre el mundo avanzado y el resto, que nos incluye.
Recordemos: a mediados de 2008, mientras Estados Unidos se hund�a en la recesi�n, pele�bamos contra el recalentamiento y la inflaci�n de las commodities y debat�amos si el mundo en desarrollo se hab�a desacoplado de los pa�ses avanzados. Seis meses m�s tarde, el crecimiento en la regi�n ca�a en promedio m�s del 5% (6% en nuestro caso, seg�n datos oficiales).
Hoy, decir que la recesi�n mundial anticipa la recesi�n local es una perogrullada. Pero, �cu�nto de lo que pasa en nuestros pa�ses se explica por lo que pasa afuera? O, alternativamente, �c�mo y cu�ndo impactar�a una recesi�n mundial en nuestro vecindario?
Eso intentamos responder en una reciente investigaci�n que preparamos con Luciano Cohan para las Perspectivas Econ�micas Latinoamericanas de la Brookings Institution. All� encontramos que, en promedio, la mitad de la variaci�n en la tasa de crecimiento de los principales pa�ses latinoamericanos se explica con tres variables globales (fuera del control de la pol�tica local): riesgo financiero en mercados desarrollados, precio de las commodities y crecimiento de los pa�ses del G-7 y de China. Hay m�s. En tiempos de crisis, la incidencia promedio se eleva al 80%. (La Argentina no es la excepci�n: nuestros n�meros son 65% en tiempos tranquilos y 92% en tiempos "intranquilos".) Por otro lado, el rezago aproximado de estos efectos es un trimestre: las consecuencias locales del colapso de los bonos italianos tras la �ltima gafe alemana o del aterrizaje suave que ya se insin�a en China comenzar�n a sentirse en unos meses.
En principio, es posible interpretar los resultados de este ejercicio, por dem�s simple, de varias maneras.
Primero, lo obvio. La respuesta pol�tica debe anticipar la onda de choque de modo de no correr detr�s de los hechos (como, en alguna medida, hicieron todos en 2009). Algo de esto se percibe en la regi�n, donde los bancos centrales van adoptando una posici�n expansiva, reflejando tanto el peligro inminente de la recesi�n como la escasa munici�n fiscal para hacerle frente.
Otra interpretaci�n se�alar�a la poca influencia de las decisiones propias de los pa�ses. As�, el incipiente enfriamiento de la industria argentina ser�a el reflejo de la desaceleraci�n en Brasil, que a su vez ser�a apenas el reflejo cercano de la ola de fr�o global. Pero si nuestras subas y bajas se deben mayormente a elementos ajenos a nuestro control, �qu� le queda entonces a la pol�tica econ�mica?
Sin embargo, esta visi�n excesivamente pesimista pasa por alto dos distinciones. La primera es de plazos: el impacto de una recesi�n mundial es inmediato, pero la recuperaci�n y el costo final a largo plazo dependen m�s de lo que haga cada pa�s.
La segunda distinci�n es a�n m�s importante, y remite a la diferencia entre PBI (ingreso) y consumo (o, m�s en general, bienestar). En una investigaci�n realizada hace unos a�os para el Banco Mundial encontraba que el impacto de una recesi�n sobre la pobreza y la equidad depend�a negativamente de la capacidad fiscal para compensarla. Esta distinci�n es la que explica por qu�, en la percepci�n de la gente, la breve pero aguda recesi�n de 2009 estuvo tan lejos de las crisis de los 90: los Estados de la regi�n pudieron mitigar el golpe con m�s gasto (orientado a los sectores m�s expuestos), financiando el d�ficit fiscal con los ahorros de los a�os buenos. Lo que los economistas llaman pol�tica antic�clica.
Este nuevo cap�tulo de la crisis global nos confirma que 2009 no fue un epifen�meno, sino el anticipo de una nueva realidad. Lo sabemos por experiencia: la resaca de una crisis de deuda puede durar una d�cada. Y si, hasta ahora, la abundancia pag� los platos rotos de los errores locales, hoy que no sobra nada hay menos margen para la improvisaci�n y la autarqu�a financiera. Sin embargo, mirando el vaso medio lleno, las nuevas restricciones deber�an generar las condiciones para replantear un modelo de desarrollo que, ya en los a�os de vacas gordas, conten�a sus propios l�mites: una lenta evoluci�n de la productividad, una insuficiente integraci�n comercial regional (la contracara de la creciente dependencia china) y un relativo fracaso en extender la cadena de valor de la producci�n de recursos naturales. El regreso de la escasez puede forzar una bienvenida revisi�n del milagro latinoamericano.
El mundo nos mira desde el espejo, y nos dice: "Yo soy vos ma�ana". Al ver la lenta descomposici�n europea, la par�lisis pol�tica en los Estados Unidos, el rebaje de la locomotora china y el incipiente enfriamiento de Brasil (que es apenas el reflejo cercano de esta ola de fr�o global), en los pa�ses emergentes atravesamos tres etapas. Primero, el regodeo y la autocongratulaci�n por no compartir tama�as desgracias. Enseguida, la sensaci�n de que, mientras los pa�ses centrales se lanzan a los botes en la cubierta del Titanic, nosotros jugamos a las cartas en alguna bodega del barco. Finalmente, el sentimiento ambiguo de que el fin de la abundancia no es ni el acabose ni m�s de lo mismo, sino la nueva realidad que lleg� para quedarse. El siguiente test en la carrera de obst�culos del desarrollo.
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